sábado, 9 de marzo de 2013

Captar lo oculto.

Holas.
Doce de la mañana, soleado, esperado un bus en el silencio de la zona. Sentada encima de la tabla con el sol dándome en la cara. Pequeñas conversaciones entre amigos para matar el tiempo. Pero silencio, mucho silencio.
No es un silencio completo. Se puede escuchar al fondo de la calle el intenso tráfico de Embajadores. Algunos coches pasando a nuestro lado, algunos rompiendo todo sonido con el rugido de sus motores desgastados por el tiempo, otros con la música a todo volumen. Pero ese ruido se marcha rápido y vuelve el silencio. El silencio de un semáforo en rojo.
De repente un autobús ruge a nuestro lado. No podemos evitar mirar al mecanismo que lleva en la parte trasera a la vista. Es ensordecedor, no se puede hablar. He aquí el tercer silencio, el de la palabra. Vuelve el semáforo en rojo. Mientras se escucha el bote de un balón cruzando la calle. Un skater pasando por el paso de cebra.
Debería haber un cuarto silencio. El silencio que silencie todo silencio anteriormente escuchado. Pero la palabra se habre paso para irnos de allí. El autobús no venía, era tarde.
Perdonadme una última vez la escandalosa redundancia para explicaros un quinto silencio. Que en sí mismo no puede parecer un silencio porque contiene muchos sonidos.
Este último silencio es el del paseo de dos personas por la calle. Admirando cada banco, cada persona que pasa, cada autobús (¡nuestro autobús!)... Y cada sonido que en conjunto y armonía con nuestros pasos acaban formando el quinto y más bonito silencio: la ciudad.

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