jueves, 11 de diciembre de 2014

Inspiración

Una historia no acabada pero interrumpida, un sentimiento latente, imparable, un hombre roto en lágrimas que reflejan el desorden interior que intenta ordenar en lo material.

Una culpa, una vergüenza disfrazada, una humildad falsa atacada con las constantes alusiones a un tema que, tan bueno como doloroso, vuelve indigno al más honrado. Una nueva distracción, un nuevo abrigo, un nuevo hogar robado del más pobre y desamparado corazón.

Una operación a corazón abierto sin anestesia, un corte en el más duro diamante, una aguja rozando el punto más débil de un hombre amenazando con punzar al primer movimiento en falso.

Un texto que otorga todo lo que calla y dice más de lo que habla. Una conciencia que se revuelve y actúa, caprichosa, como desea a cada instante siendo traicionera en momentos de necesidad y sensible cuando está fuera de peligro.

Un caos físico, anímico y mental que deja agotado a cualquiera y que, aunque soluciona el primero y palia el segundo, sufre el tercero hasta la extenuación cayendo en un sueño profundo en el que una historia no acabada, un sentimiento latente y un hombre roto en lágrimas se ordenan en una triste melodía de libre interpretación, en un cuadro oscuro, en una narración elaborada... o en un llanto silencioso.

martes, 7 de octubre de 2014

Ceguera tecnológica

La nueva moda en la educación es, no solo complementar con recursos tecnológicos el aprendizaje, sino implementarlos. Así, en mi colegio los jovencitos de quinto de primaria estudiarán del iPad este curso, mientras en bachillerato alucinamos al enviar ejercicios de matemáticas vía Moodle.

No voy a meterme en debates sobre la eficacia de la tecnología en el aprendizaje porque principalmente tendría que verse qué uso hacen de esta.

Lo que me importa es el preocupante hecho de que estos chicos tienen 24 horas al día un "cacharro" de esos entre manos y que pertenecen a la generación que ha nacido con un "smartalgo" entre las manos.

¿Qué supone esto? Que en una común situación de coche vamos a ver al niño con el iPad enseñándole al compañero mayor que él cómo consigue guardar fotos en el iPad sin descargarlas, función que está bloqueada pero que tardará poco en hackearse. Desde mi punto de vista en el asiento de copiloto lo que veo es a un conductor asqueado porque una "maquinita" le ha sustituido como entretenimiento en el viaje al colegio, y a un niño de apenas cuatro años ignorante pero molesto por el "juguete" del chico de quinto que atrae más atención que él.

Sin embargo, no es todo pesimismo y pensamiento analógico. La bella inocencia del niño va a devolver la vida humana a este coche en el que uno lee, otro conduce, otro juega y dos miran a una pantalla. La va a devolver cuando anuncie por encima de toda confusión que ha traido un coche nuevo al cole, un libro de Simba o unas galletas de Pocoyó, como si la única cosa importante en esta rutinaria vida fuese traer cada día una cosa nueva al colegio y sorprender a tus compañeros. Tierna y hermosa ingenuidad infantil.

Aunque, como perteneciente a esa generación que casi gestaba con un móvil entre manos, comprendo, admiro y creo necesitar esa ingente e interminable fuente de información instantánea, prefiero creer y vivir esa admiración que tienen los niños pequeños al reconocer un "nene" un "guauguau" o un "vión". Porque creo que las pantallas nos ciegan a la vez que nos abren un mundo de posibilidades. Esa poca creatividad que ya no fomentamos se va esfumando poco a poco, generación a generación por culpa de un mundo nuevo. Un mundo nuevo que nos hace avanzar a pasos agigantados sin darnos tiempo a sentir el apoyo del talón, planta y falanges.

No es cuestión de implementar, sino de complementar.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Relato de un primer día.

Era por entonces una semana bastante tranquila, el calor y la comodidad de casa obligaban a hacer el vago. Ese jueves iría al mundo inexplorado que sería aquel nuevo colegio, el cual, a pesar de estar a escasos 10 minutos del anterior, supondría una nueva y diferente aventura hacia mi futuro.

Recuerdo que la noche anterior crecía en mí una gran bomba de curiosidad, pero también sentía una enorme jarra de agua fría causada por los nervios. Me acosté bastante tarde, ya que estuve aprovechando lo máximo posible para hacer mis cosas, a lo que se juntaban numerosas ideas o pensamientos acerca de lo que se me aproximaba a una velocidad descomunal.

Me levanté por la mañana aquel día de estreno, recuerdo que eran sobre las diez, y desayuné con calma, ya que debería ir al nuevo mundo a las doce. Salí de casa y fui andando hasta que me encontré con un amigo y, más tarde una amiga, con los que compartiría esta experiencia.

Los tres comenzamos a andar hasta llegar a la plaza mayor del pueblo, donde compramos algo de beber para proseguir nuestro viaje. Al ir acercándonos comenzamos a ver manadas de niños y adolescentes por la calle de subida al instituto; unos subían, otros bajaban. Llegamos a la puerta de entrada, donde  me tropecé con un escalón que había justo al pasarla, pero menos mal que nadie me vio. Bajo las miradas de las demás personas allí presentes, seguimos hasta entrar en el edificio donde en una especie de pizarra informativa leímos que habría una charla de bienvenida en el gimnasio.

Una vez abajo del todo, (se me olvido decir que el edificio tiene cuatro plantas) en el patio nos encontramos esperando a otras dos chicas, también de mi antiguo colegio, con las que mantuvimos una breve conversación hasta que por orden de lista fuimos entrando y sentándonos en las sillas con dos hojas, donde figuraban un ejemplo de horario y las instrucciones del día siguiente.

Una vez todos sentados, frente a una especie de pequeño escenario con una mesa acompañada de un proyector, subió un hombre, el cual se presentó; era el director, parecía un tipo majo, y comenzó con un par de bromas. La charla duró una media hora aproximadamente, y en ella nos explicó el funcionamiento del nuevo sistema de aula-materia, las normas, etc.

Tras esta pequeña introducción al curso, varios profesores realizaron un “tour” a través del colegio, donde nos enseñaban planta por planta donde se encontraba cada aula, aunque casi nadie se acordaría de nada al día siguiente.

Recuerdo que al realizar la rueda de reconocimiento, me percaté más o menos de la gente que iría a mi clase, y sobre todo me impresionó un chico, el cual no me parecía en absoluto que fuese a mi curso. Por lo demás había chicas bastante majas, y los chicos eran graciosos, alguno tal vez algo “graciosillo”, pero en fin, parecían buena gente.

Daniel Barriuso.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Biclicleta.

Dentro de poco se cumplirán dos años desde que abrí este blog seriamente. Dos años que por densidad no puedo recordar al completo pero que gracias a las pocas cosas que escribo, aquí más o menos puedo hacer un recuerdo feliz.

Dos años es mucho tiempo para escribir (decepcionantemente no diariamente) y por tanto debería al menos una reflexión agradable al lector y un agradecimiento sincero a mis más incondicionales. Llegará, o eso espero.

El caso es que empecé con catorce años, ingenua de mí y muy confiada en la escritura gracias a un fantástico profesor, y llevo ya casi diecisiete años a mis espaldas. No es nada, lo sé. En todo ese tiempo creció en mí una necesidad de saber y hacer todo lo que estuviese en mi mano.

Vela, ajedrez, surf, longboard, baloncesto, debate, teatro, francés, dibujo, escritura, lectura. He llegado a pensar en estudiar latín pero eso es un tema que fácilmente ocupa una entrada.

Hace poco descubrí la bicicleta. Mentira, monto desde los seis como todo el mundo. Pero hasta ahora no controlaba el tema mecánico. Es decir, el sillín siempre estaba tremendamente bajo, no llegaba al manillar porque el sillín estaba echado hacia atrás, no sabía cambiar una rueda, si se me salía la cadena estando sola estaba perdida, mi fuerza de pájaro no podía hinchar las ruedas decentemente y no sabía como se utilizaban los platos/catalina.

Resultado: a cada pedalada moría destrozada. Esto sumado a la máxima tradicional de mi hogar (el deporte es malísimo) hacían de mí una muy mala deportista. Pero todo tiene solución. Con un par de salidas a la intemperie con un amigo, sus consecuentes incidencias y una buena puesta a punto, amo mi bici y pedalearía a mi tierra todos los día de no ser por la distancia.

El caso, y ya sé que me voy por las ramas pero para planeamiento ya tengo Mielipide; voy en bici a toda cita en Madrid e incluso Pozuelo.

Lo que yo pretendía expresar es la libertad del ciclismo. Puede parecer muy cansado (y lo es) pero solo en distancias inmensas o con un desnivel significativo. Por lo demás, poder llegar a donde quieras diez veces más rápido que andando, totalmente gratis (salvo por el equipamento), siendo responsable con el medio ambiente (a pesar de tragarte la contaminación) y hacer deporte (sudando la gota gorda, en Madrid) me parece maravilloso y adrenalínico (recordemos que el deporte da felicidad).

Así que, desde Skipper Thoughts, Gobe Llorente retransmitiendo la recomendación de la semana:
《Cojan sus bicicletas, compren un candado, luces trasera y delantera, casco y reflectante incluso, y echen a pedalear con ropa cómoda pero no marciana y recorran Madrid o la ciudad donde vivan. Acanden su bici, tómanse un refresco en un café con buenas vistas, cojan la bici otra vez, entren en un museo, vayan al cine, a la ópera, compren el periódico, vayan a la biblioteca o hagan lo que más les venga en gana pero familiarícense con un fantástico medio de transporte. Y sobre todo, sobre todo, todo, todo, sean felices.》

lunes, 15 de septiembre de 2014

Primer día de colegio.

Debería decir que estaba nerviosa. Debería decir que apenas durmió la noche anterior. Pero sería todo mentira. Sería mentira intentar disimular el hecho de que hasta que no se había visto en el coche, camino del colegio, no se había puesto nerviosa.

Llegó con 15 minutos de antelación. La que más tarde conocería como su profesora de química, la informó de que hasta las nueve en punto no podría acudir a secretaría para que la acompañasen a su clase. Fantástico. Quince terribles minutos viendo reencuentros tras el verano de sus futuros compañeros en la puerta del colegio. Ideal para los nervios.

Pero, como todo, el tiempo pasó, y cuando se quiso dar cuenta, su tutora tiraba de ella por las escaleras explicándole hasta la composición de los azulejos de las paredes. 
Entró a la clase y se sentó en el primer sitio libre que vio, con el tiempo justo para dejar la mochila y respirar dos veces antes del comienzo del caos. La chica de delante se giró para presentarse, y como si de una coreografía, se tratase toda la clase se puso en fila india para presentarse y darle dos besos. Saludó tantas veces que se quedó atontada por todos esos nombres.

Pero la tutora apareció de repente, corriendo todos a sentarse y guardando silencio. Tras los típicos comentarios y consejos de comienzo de curso, unas indirectas sobre la desolación de la primera línea de mesas hicieron que toda la clase se cambiase de sitio rápidamente, desorientándola de nuevo. 
Hasta que una chica corrió en su auxilio y se sentó a su lado. Agradable personaje que se ocuparía de traducirle y ameanizale las dos horas de charla de la tutora, con cosas tan simples como acercarle disimuladamente una agenda y un boli para que anotase su número de teléfono.

Así que, gracias a Dios, y a Mercedes, las dos horas de ese primer día pasaron volando por encima suyo. Y consiguieron no aterrarla lo suficiente como para madrugar al día siguiente e ir a jornada completa.

Patricia Pérez Mena.