lunes, 8 de septiembre de 2014

Viaje de estudios a Bath.

Un año después -y a altas horas de la noche- me sorprendo de no haber escrito aquí sobre mis aventuras en la ciudad británica de Bath. Si no lo cuento todo de golpe en esta entrada de insomne euforia, os tocará soportarme durante varias de ellas. ¡Al lío!

Como es común en Europa, a una edad razonable -15 años, consideraron mis padres- hice un viaje al extranjero para estudiar inglés en su más puro estado. La compañía ofrecía varios destinos con actividades no muy dispares así que hubo que hacer una selección a primera vista. Entre fútbol, baloncesto, tiempo y conocimiento de mis padres no quedó títere con cabeza en la primera selección. En la segunda tomé partido eliminando toda aquella que tuviese chorradas como "día de shopping" -no hago "shopping" en Madrid, voy a tragar en el extranjero-. Digamos que quedaron unas pocas y, por algún proceso que no recuerdo, elegí Bath, Inglaterra.

Es una ciudad, tampoco muy pequeña, cerca del mar y a tiro de piedra de Bristol -vale de piedra no, pero un paseo en bus, sí-. Unos interesantes baños romanos -y no un extraño gusto de los habitantes por su más privada habitación (primera advertencia a los graciosillos)- dan nombre a la ciudad, obviamente, de visita obligatoria. Sus casas bajas, típicas de aquellas tierras, y los pequeños comercios -atención que digo 'comercios' y no tiendas o super franquicias- dan una impresión de encontrarse en otro mundo. Lo que viene llamándose una monada.

Así de primeras, creo que elegí bien. Pero es más, me tocó la familia más amable de todas -que conste que no es peloteo, hay que ver lo que hay por ahí-. Mi "familia inglesa" estaba formada por una pareja de sesenteañeros (?) y una compañera de cuarto italiana con la que no llegue a llevarme bien. ¿Esa idea que te venden de que en Inglaterra se come mejor en el McDonnal's? Yo no lo viví. Siempre me dieron muy bien de comer y sobre todo, muy rico. Yo, que depende del día soy un bicho raro para comer, probaba cada cosa que me ponían en el plato y luego preguntaba.

Creedme, era la mejor familia. Otros compañeros me contaron como eran las suyas y, es verdad que había un buen porcentaje de buenos padres, pero también había unas cosas... Había gente que casi no los veía, les dejaban la comida en el plato y se iban a quién sabe donde. Hubo gente -generalmente chicos- que tuvo que hacer una segunda cena en el McDonnal's porque no le saciaba lo que le daban. En definitiva, mucha gente tuvo que buscarse la vida. También había mucho figura suelto entre los estudiantes.
Mis "padres" se preocuparon de darnos una llave a cada una, venir con nosotras en el bus el primer día para ver donde era y qué teníamos que comprar. Cada noche nos preguntaban qué tal habíamos pasado el día y miraban con nosotras las actividades del próximo día. Lo que es más, -yo por lo menos- seguimos en contacto con ellos y siguen siendo igual de atentos que entonces.

Yo venía con una compañia española y allí íbamos a una academia donde nos mezclábamos con los demás extranjeros que venían más bien por su cuenta. Apenas eran unas tres horas de clase por la mañana, luego comíamos -o, mejor dicho, nos peleábamos por el bocata de pollo y mayonesa- y teníamos un descanso para hacer lo que quisiéramos siempre y cuando estuviéramos a tal hora en 'Queen Square'. Resumiendo, hasta  que nos enteramos de cómo iba la cosa, aquello era un lío impresionante en el que no sabías si el de al lado tuyo era francés, serbio o extraterrestre. Resultado: hablas en inglés con catalanes pensando que son franceses, alemanes o yo-qué-narices-voy-a-saber-si-no-he-visto-un-guiri-de-más-allá-del-Rin. Sí, me ha pasado.

A la larga esto fue una ventaja porque haces amigos de cualquier lado y es realmente interesante. Un consejo para los futuros primeros viajeros: aléjate lo más posible de tus compatriotas y más si son españoles. Lo admito, acabé haciendo amigas catalanas, pero eso es porque me fascinan los catalanes y resultaron ser unas chicas alucinantes. El caso, en la primera semana acabé comiendo con los que serían mis más íntimos amigos durante las tres semanas que estaría allí. Una catalana, la francesa, dos rusas (o tres) y el holandés. Espero que se entienda que si el determinante está en singular es que no había más de su especie. Que sí, que me llevé con españoles y generalmente con todos los que estudiábamos en la academia, pero a ninguno de nosotros nos apasionaba desperdiciar nuestro tiempo libre sentados en la -después de tres semanas, punto de encuentro tres veces al día- aburrida 'Queen Square' (mis respetos a Su Majestad), haciéndo lo que se viene conociendo como "socializar".

Ahí estábamos los cuatro 'freaks' -las rusas no las conocimos hasta la última semana- con mucho orgullo recorriendo la ciudad. Quizá esto nos hizo ganar uno de los concursos programados en el que había que hacer cosas atrevidas por la ciudad, mapa en mano. El centro de la ciudad, el cogollo por donde nos movíamos, nos lo sabíamos de memoria y el mapa solo nos sirvió para asentar la memoria fotográfica.

¿Quién me iba a decir que en tan poco tiempo me haría tan amiga de tres personas tan distintas y que nunca les olvidaría? Nadie, sin duda. Pero pasamos grandes e inolvidables momentos que estoy encantada de contar.

Sin embargo, el deseo de escritura creo que se ha saciado lo suficiente como para poder volver a la cama.
Queda para otra entrada. Prometido.

Buenas y felices noches.

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