viernes, 15 de febrero de 2013

El Descubrimiento de España.


Segundo premio del concurso de cuentos y redacción del Liceo Sorolla C 2010.

Años después, cuando se hallaba a la orilla del mar con la vista fijada en un navío en el horizonte; Yaxeka  recordaba los momentos atrás en los que su pueblo ignoraba la existencia de semejante barco.  Se trataba de un barco de madera, con tres palos y varias grandes velas en ellos.

Lakit, el pueblo de la niña Yaxeka, no muy grande, estaba formado por unas treinta construcciones de piedra y la plaza central, en la que celebraban las ceremonias y los sacrificios a los dioses. Se llamaban a sí mismos lakitas Había muchas leyendas sobre grandes embarcaciones  que navegaban por el mar dirigidas por seres extraordinarios; pero hasta ése momento no habían sido creídas por nadie en el pueblo.


Un día se despertó y se dispuso a tomar la primera comida de la mañana cuando se dio cuenta de que había una gran embarcación de madera anclada a unos pies de la orilla. Vio a unos hombres que bajaban a otra embarcación más pequeña. Llevaban unos objetos brillantes en el cuerpo y unas armas que parecían más peligrosas que las que su pueblo utilizaba. Los hombres debieron verla porque cambiaron la dirección del barco hacia su posición. Se sintió aterrorizada al ver que la apuntaban con sus armas, así que se escondió detrás de un arbusto. Los hombres desembarcaron en la playa y se acercaron cautelosamente hacia Yaxeka. Ella seguía aterrorizada, buscaba un lugar donde refugiarse sin que los extraños hombres la vieran. Fue inútil. Mientras se acercaban vio claramente lo que llevaban en el cuerpo. Era una especie de escudo pero con la perfecta forma del cuerpo de los hombres. Las armas eran una especie de  tubos huecos y un trozo de madera trabajado de manera que pudieran cogerlo cómodamente.  Eran cinco hombres, uno parecía ser como un jefe para los demás porque hacían lo que él les ordenaba. El jefe miró a Yaxeka con curiosidad. Esa mirada le inspiró confianza y salió de su escondite. Inmediatamente los otros cuatro hombres dirigieron sus armas hacía la niña, ésta se asustó e hizo el ademán  de volver a esconderse.


-      ¡Bajad las armas por dios! No llegará a los trece años, ¿qué va a hacernos?       Los hombres no obedecieron, seguían sintiendo el peligro ante ellos.-      ¡Bajadlas! ¡¿No me habéis oído?!       Esta vez bajaron las armas. Yaxeka, dudó unos instantes, no se atrevía a acercarse por si acaso volvían a dirigir sus terribles armas hacia ella.-      Ven, no te haremos nada- dijo el jefe.


       Yaxeka confió en aquel hombre y salió despacio. Aquel hombre hablaba en una lengua que ella no conocía pero dibujó en la arena a una niña y un pueblo. Entonces fue cuando entendió lo que le pedía: quería que les llevase con su pueblo. Les dirigió a allí.Se despertó con una suave sacudida de su madre. ¿Lo había soñado o había sido la realidad? Se decidió por la segunda opción.


-Madre, te saludo y a ti, Gran Sol, también.
-Hija, te saludo.
-Madre, ¿no era maravillosa la llegada de los hombres que iban en aquella embarcación de madera?
-Hija, ¿de qué llegada de qué hombres hablas? ¿Y de qué embarcación de madera?
-     La llegada de aquellos hombres con unos escudos brillantes en el cuerpo que llegaron en una gran embarcación de madera.-      Hija, eso no existe. Tranquila, solo era un sueño.


       Yaxeka, se dio cuenta de que solamente lo había soñado. Ojalá hubiese sido verdad.       Pasaron días, semanas…no llegó a pasar un año cuando Yaxeka se levantó el día de la víspera de las grandes fiestas. No había nadie en el pueblo, se extrañó ya que no podían haberse ido a cazar porque solo los hombres cazaban. Entonces ¿dónde  estaban las mujeres y los niños? Caminó unos metros hacia la playa para contemplar el mar. Allí estaban todos. Contemplando una embarcación de madera con sus tres palos y sus grandes velas ondeando. Estaba anclado a unas leguas de la orilla. Se veían unos resplandores procedentes de los cuerpos de los hombres que estaban en cubierta. Los hombres llevaban unas armas en forma de tubo que daban miedo. Uno de los hombres disparó un arma y todo el pueblo se asustó del estallido que producía aquel arma. Esta vez Yaxeka se dio cuenta de que no estaba soñando.


       Se  acercó cautelosamente a su madre. Ella la miró con una expresión de sorpresa.-Hija, tenías razón. Debí escucharte.
-Madre, ¡esto es muy similar a mi sueño! Las armas, los escudos resplandecientes, el barco… ¡hasta los hombres!
-Esos resplandores que salen de los hombres… ¿son escudos?
-Sí, madre.


Los hombres bajaron a otra embarcación más pequeña. Esta vez eran diez los hombres que llegaron a la playa. También había un jefe que fue el que se dirigió a el cacique, el padre de Yaxeka.     


-Nosotros queremos intercambiar el oro y la plata que lleváis por otros objetos.
Ningún hombre, mujer y niño de Lakit consiguió entender ni una sola palabra de lo dicho por el jefe. Pero Yaxeka recordó el momento de su sueño en el que los hombres dibujaron el pueblo. Se hizo ver por el pueblo y los hombres. Les señaló el suelo.-Es una buena idea - comentó el capitán -. Martín dibújeles el intercambio, a lo mejor así lo entienden mejor.


En la arena se dibujó a sí mismo intercambiando objetos con los lakitas. Al instante  los mayas los comprendieron y se fijaron en los vestidos rígidos y resplandecientes que portaban los hombres recién llegados.


Los lakitas empezaron a hablar entre ellos en un tono muy bajo, casi susurrante. Conversaban sobre qué intercambiar con los hombres recién llegados. Al final se decidieron y el jefe tomó la palabra lakita. Habló con los españoles y llegaron al acuerdo de intercambiarse objetos. Los hombres, rendidos por la travesía y la emoción de haber descubierto un nuevo continente habitado, pidieron alojamiento y comida para esa noche. Los lakitas al instante improvisaron unas camas de paja suficientes para todos los marineros aunque algunos prefirieron dormir en el barco. En cuanto a la comida, les pareció deliciosa, riquísima, sabrosa…. No había palabras para explicarlo.


A la mañana siguiente, los recién llegados se levantaron alegres y sonrientes; esperaban un buen comercio. Los lakitas también estaban felices por el intercambio que harían esa mañana. Se intercambiaron todo tipo de objetos de oro y plata por los escudos corporales que los hombres llamaban “armaduras”. Aunque no fue eso lo único, a los lakitas les asombró el sabor del vino que los hombres traían en el barco, y por otra parte a los hombres les maravilló el sabor del maíz, las patatas…. Además de un comercio también se formó una estrecha amistad entre el pueblo lakita y los hombres provenientes de España. Se enseñaron mutuamente su idioma.


Tan estrecha fue esa relación que los españoles decidieron devolverles la hospitalidad, invitándoles a ir a España. Fueron voluntarios veinte hombres y treinta mujeres. Los españoles se asombraron al ver la valentía de las mujeres lakitas que arriesgaban su vida a una travesía que podría no tener vuelta de regreso.Llegó el día en que los lakitas embarcaron en su primera gran travesía a un mundo desconocido. A primera hora de la mañana, todos los pasajeros estaban embarcados, y sus familiares se despedían de ellos con grandes rituales. Rezaban a sus dioses para que no les ocurriera nada malo.


Pasaron días y días, sin ni un momento de emoción. Los españoles bebían, jugaban y hablaban, mientras los lakitas miraban el mar. Lo miraban con curiosidad y precaución. Como nunca lo habían visto lo consideraban peligroso. Al mismo tiempo pensaban en él como maravilloso y hermoso, con su color azul verdoso. También rezaban y hubo alguno que otro que tuvo problemas digestivos por los movimientos del barco. Pasaron ráfagas de viento, lluvia y bandadas de pájaros por en cima de sus cabezas. Por suerte, no hubo ninguna guerra a bordo ni con otros barcos ya que aquel mar infinito estaba desieto. Un día, el cocinero bajó a la bodega a buscar los elementos necesarios para cenar ese día, cuando de pronto divisó a lo lejos de la despensa una figura que se movía al ritmo de los movimientos respiratorios humanos. Era demasiado grande para ser una rata, así que pensó que era un humano escondido o llorando. Se acercó con precaución hasta que estuvo a una distancia considerable como para que aquella persona notase su presencia.


-          ¿Quién es? ¿Quién está ahí?- dijo aquella persona.
-          Soy el cocinero. ¿Qué hace usted aquí? ¿Quién es?
-          A usted que le importa. Usted no debería estar aquí. ¡Márchese!
-          Es usted quien no debería estar aquí. Pienso informar al capitán de que hay un polizón en la bodega.
-          ¡No! Por favor no lo haga.
-          Entonces dígame quién es usted y que hace aquí.
La persona se levantó y se acercó a la luz para que el cocinero pudiera verla.-          Soy Yaxeka… la hija de un pasajero…
-          ¡Santo cielo si eres una niña!- le interrumpió el cocinero- Ven conmigo vamos a hablar con el capitán…y con tu padre.
-          No, por favor no.


Los ruegos de la niña fueron inútiles, el cocinero la llevó directamente al camarote del capitán. El capitán se quedó perplejo al ver una niña lakita en su camarote. Pidió explicaciones de su presencia al cocinero y éste le explicó lo sucedido. Cuando terminó su relato, el cocinero le comentó que había dicho que su padre estaba a bordo.


-            Con que tu padre está a bordo ¿eh? Subirás a arriba conmigo y pedirás que tu padre dé un paso a delante. ¿Me obedecerás? Sabes que has hecho algo prohibido y eso está muy mal.
-            Le obedeceré, capitán. Lo sé, capitán.
La niña subió a la cubierta, donde ya estaba toda la tripulación y todos sus pasajeros. Hablaban molestos y curiosos por distraerles de su apacible tiempo libre. Cuando la niña ya estaba en la cubierta, hubo un alboroto, todos estaban sorprendidos por su presencia.-        Señores, está niña lakita estaba escondida en la bodega y ha confesado que su padre está a bordo….
-        ¡Yaxeka! ¿Qué haces aquí?- la regaño su padre- Perdone, capitán, soy su padre
-        ¿Sabía usted que estaba ella a bordo?
-        No, la dejé en Lakit el día que embarcamos.
-        Yaxeka… ¿por qué subiste a bordo sin el consentimiento de nadie y sabiendo que esta prohibida la presencia de un niño a bordo?
-        Porque… quiero ir a España cueste lo que cueste. Por favor déjenme ir con ustedes.
Hubo unos minutos de silencio. El capitán se acercó a Yaxeka y se puso en cuclillas a su lado.-        Está claro que no vamos a dar la vuelta por ti. También está claro que no te podemos dejar en la primera isla que encontremos. Por lo tanto, si tienes tanto interés en ir a España, nos acompañarás en nuestra dura travesía. Con una condición: no molestarás a la tripulación y ayudarás en lo que puedas como el resto de tu pueblo. ¿Está claro?
-        Sí, capitán. Gracias- dijo Yaxeka.


Yaxeka saltó de alegría y le dio un gran abrazo al capitán.


Pasaron varios días de mucha tranquilidad, pero esto no duró mucho ya que el vigésimo quinto día de travesía se desató, con furia, una gran tormenta. No se parecía a las lluvias y ráfagas de viento que habían tenido días atrás. La tormenta castigaba al barco con grandes vientos azotándoles las velas desde todos los puntos cardinales. Grandes olas saltaban al barco que tiraban a los tripulantes. Todos los hombres, lakitas o no, marineros o grumetes, ayudaban a evitar el naufragio haciendo contrapeso.En un momento de la tempestad, una ola azotó la cubierta de una manera sobrenatural, tanto que todas las personas que se encontraban a bordo, se deslizaron hacia la popa del barco. De repente, un grumete que estaba en la proa porque había conseguido agarrarse, gritó:


     ¡Hombre al agua! Digo… ¡Mujer al agua! Digo… ¡Niña al agua!
     ¡¿Bueno en qué quedamos?! ¡¿Es hombre, mujer o niña?!
     ¡Es Yaxeka!
     ¡Corred, tirad cuerdas!


Yaxeka, sentía un tremendo miedo. Nunca había estado en el agua, por lo tanto no sabía nadar. Vio las cuerdas e intentó agarrar una, le pareció una tarea imposible, estaba demasiado lejos. Lo intentaron varias veces y no lo consiguieron.


     Lo siento no podemos arriesgar la vida de toda la tripulación por la niña. Debemos abandonarla- dijo el capitán dirigiéndose a el padre de Yaxeka.- ¡Dejadla! ¡No podemos hacer nada más!


Yaxeka se dio cuenta de que la abandonaban y recogían las cuerdas. Un sentimiento de tristeza le recorrió todo el cuerpo.Un hombre español sintió la misma tristeza que ella y se ató una cuerda a la cintura y se tiró al mar.  


      ¡Capitán, Alonso se a tirado a la mar!- gritó un hombre que le había visto tirarse.
     ¡Alonso, hijo, vuelve!- gritó el capitán


Alonso, era el hijo del capitán. No tenía muy buenas aptitudes físicas pero quería ser un gran marinero. Era de la edad de Yaxeka.


Cuando ya estaba a la altura de Yaxeka, se sumergió y buceó hasta encontrar a la niña ahogándose. La cogió y salió a la superficie. El padre de Yaxeka, al verlos salir, tiró de la cuerda lo más fuerte que pudo. Se le unieron, en su intento de rescate, otros hombres. Al fin, sacaron a Alonso y a Yaxeka del agua.


En unos instantes Alonso ya había reanimado a Yaxeka que expulsaba bastante agua por la boca.


     Te has tragado medio océano, Yaxeka- bromeó Alonso.
Todos se rieron y el padre de Yaxeka le agradeció infinidad de veces el rescate de su hija.     Muchas gracias por salvar a mi hija.


Yaxeka y Alonso, se hicieron amigos. No se separaban uno del otro nunca. Todos los hombres y mujeres que habían en el barco decían que estaban enamorados perdidamente, pero ellos lo negaban, decían que eran amigos.


Pocos días después, avistaron España. Yaxeka vio unos verdes campos llenos de animales que se llamaban vacas. Habían grandes montañas cubiertas de nieve. Hacia la costa habían construidos unos edificios altos y con ranuras por las que españoles saludaban a los barcos.Llegaron a Galicia y allí desembarcaron. La gente les saludaban y les miraban con curiosidad. Muchos lakitas hicieron amigos en Galicia, todo gracias a la ayuda de los españoles del barco que les enseñaron su idioma. Así   fue como Yaxeka descubrió un nuevo mundo: España.   

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